Volvoreta recuerda en un primer momento a Morriña, de Pardo Bazán (1889). Pero mientras doña Emilia hunde al lector en la desolación, don Wenceslao lo aligera. Por su fino sentido del humor.
Las comparaciones son inevitables. Ambas son novelas cortas que exudan Galicia por los cuatro costados, aunque la acción de Morriña transcurra en Madrid. Sus historias se engarzan en el seno de familias gallegas encabezadas por dos viudas, y narran la aventura amorosa del señorito con la sirvienta. Así que, como Volvoreta se publicó varias décadas después, es inevitable que se la pueda acusar de poca originalidad, al menos en el planteamiento. Pero no importa, porque no es el argumento lo que más impacta en Volvoreta, sino el tratamiento irreverente de su historia de amor (la principal) y de otras secundarias.
Aunque no puede definirse a Volvoreta como una novela de humor. Su tono unas veces es melancólico y, otras, raya en el tremendismo por alguna historia bastante cruda. Esta última es la que peor ha envejecido y es muy característica del Naturalismo (movimiento literario que nada tiene de cómico y que resalta la dependencia del hombre de fuerzas naturales que no puede controlar). Pero ciertas conversaciones y escenas sí que han sido escritas con un humor sutil, que se revelan muy eficaces precisamente porque el lector no espera ese tipo de giro en una novela de apariencia tan seria.
Una historia de amor nada romántica
La vulgaridad de sus dos protagonistas, tan moderna para la época, es absolutamente genial. Volvoreta, mariposa en gallego, es una joven vacua e ignorante, tan desprovista de sentimientos como de ética. Y Sergio no le va a la zaga: es un burgués anodino y nada perspicaz. Imaginaos cómo puede terminar una historia entre dos personajes como estos. También debemos mencionar otros personajes secundarios memorables, como los compañeros de Sergio en el periódico.
En su día, este autor gallego tuvo bastante éxito, pero hoy ha sido injustamente olvidado. Y es una lástima. Os aseguro que su Volvoreta os sorprenderá.