RELATO DE BEATRIZ CORTEL APARECIDO EN EL Nº 5 DE LA REVISTA SCRIBERE
La madre de Cristina le había encargado retirar los adornos del árbol de Navidad. Ella, obediente, enseguida descolgó una de las bolas de plata. Se detuvo a observarla un instante. Parecía distinta, ahora que la guirnalda de luces estaba apagada y su brillo ya no deslumbraba. Y es que en Navidad ocurrían cosas muy extrañas.
A los adultos no había quien los entendiera. Su madre, por ejemplo. La regañaba siempre que no se terminaba la comida del plato, pero había tirado a la basura un montón de sobras durante las fiestas. Aunque no era la única. En cuanto se peleaba con sus primos la obligaban a reconciliarse, pero nadie castigaba a su padre por gritar al tío Ricardo durante las cenas de Nochebuena. Ni siquiera la abuelita se libraba. Se habían acercado al centro para admirar la decoración navideña. Y en lugar de disfrutar de lo bonitas que lucían las calles y de los villancicos que sonaban de fondo, su abuela había comenzado a llorar. La había inundado de besos y de chistes para consolarla, pero solo se había animado después de “comprar un millón de cosas que no necesitaba” (como ella misma le explicó más tarde agitándose como un sonajero). Cristina no comprendió nada, pero se prometió así misma resolver algún día ese misterio.
El misterio de la Navidad, ese que afectaba a todas las personas, incluso fuera de su familia. Porque todo el mundo estaba nervioso, Cristina solo se cruzaba en la calle con personas enfadadas. En ninguna otra época del año recibía tantos empujones, a pesar de que los anuncios de televisión se empeñaran en mostrar lo feliz que se sentía la gente en esas fechas.
El misterio de la Navidad…
¡Ah, los anuncios! Estaban por todas partes. Ocurría durante todo el año, pero es que en Navidad no había forma de librarse de ellos. Aunque le parecían muy bonitos, no le gustaban las reacciones que causaban en los demás. Consideraba especialmente sospechosos los anuncios de colonias. Algunas provocaban tanto calor al usarlas, que las mujeres primero se desnudaban y después se retorcían con calambres y unos gemidos rarísimos. En Nochevieja sus primas mayores se pulverizaron una de esas colonias ¡y salieron con la cara pintada de colores y trajes de verano! Esa noche regresaron con un resfriado de aúpa, la cara como un arco iris y los pies hinchados. Y aunque lo achacaron a los tacones y a la falta de calefacción, Cristina no se dejó engañar. Sus primos que, siguiendo sus consejos, no utilizaron esa colonia y salieron bien abrigados y con su cara de siempre, regresaron a casa la mar de contentos. Con todo, sus primas estaban sufriendo eso que los mayores llaman “adolescencia” y que explica todo lo que nadie entiende. Pero los Reyes Magos la tenían completamente desconcertada.
descubierto por una niña
Los anuncios de juguetes en la televisión siempre provocaban discusiones en las casas de sus primos y de sus amigos. Entre los niños, por ver quién se adjudicaba primero los más codiciados, y entre los adultos, que recriminaban a los niños la cantidad de regalos que se pedían. Al final siempre se zanjaban con la misma frase mágica. “Los Reyes Magos decidirán en función de cómo te hayas portado este año”. Pero a su amigo Sergio, tan bueno, el año pasado solo le habían regalado un único juguete usado. Y su primo Javi, que pegaba a todos los niños en el recreo, había recibido un montón de juguetes nuevos.
Cristina examinó de nuevo la bola de Navidad y advirtió que reflejaba su imagen como en un espejo; aunque uno muy particular, porque la abombaba. Resuelta a desentrañar, de una vez por todas, el misterio, la rascó. La pintura plateada se le quedó incrustada en la uña. Cristina la dejó caer al suelo y salió corriendo. Había descubierto que el verdadero color de la bola era el negro.