ARTÍCULO APARECIDO EN EL NÚMERO 19 DE LA REVISTA SCRIBERE
Ningún lector debería saltarse el prólogo de un libro. Y menos aún si aspira a convertirse en escritor. Incluso de los menos afortunados se puede extraer algo útil. Para mí un buen prólogo es el que analiza la biografía y obra del autor, las lecturas que le inspiraron y los escritores a los que influyó. (Así es como he descubierto los libros que más me han gustado). Pero solo en algunas ocasiones he tenido la suerte de encontrarme con un prólogo excepcional. Un prólogo que me haya abierto un nuevo camino. A continuación os mostraré algunos. Me han enseñado a leer, a pensar, a escribir y a encontrar un sentido a mi escritura. No es casualidad que todos hayan sido creados por escritores.
El prólogo de Richard Ford a los Cuentos imprescindibles de Chéjov no solo me enseñó algunas de las claves para interpretar al autor. También cambió mi forma de leer. Como Ford, había leído muy joven a varios maestros de la literatura, sin comprender por qué todo el mundo los elogiaba. (Borges, Kafka, Chéjov, Proust, el Cortázar de Rayuela…). Hasta que la sinceridad y honestidad de Richard Ford en este prólogo me hicieron comprender que necesitamos cierta madurez, tanto en edad como en lecturas, para acercarnos a algunas obras. Gracias a él volví a dar una oportunidad a muchas de mis lecturas prematuras. Y nunca me he arrepentido.
Un prólogo mágico
Los prólogos de Mario Vargas Llosa para la Biblioteca de Plata del Círculo de Lectores (sobre novelas de la primera mitad del siglo XX) me enseñaron que la literatura es más que un entretenimiento, o que un simple placer estético. Con ellos descubrí que leer te enriquece y te transforma como persona. Sus observaciones me ayudaron a formar mi propio criterio. Pero os prevengo, son tan endiabladamente buenos que en ocasiones superan a la propia novela. Desde entonces siempre leo el prólogo después del libro.
Un prólogo muy recomendable para escritores es el que redactó Gabriel García Márquez para varios Cuentos de Hemingway. Aparte de describir su breve encuentro con el autor en París (apenas una anécdota, pero ¿quién puede resistirse a una historia contada por Gabo?), reconoce que “los escritores leemos para averiguar cómo están escritas las novelas”. Y describe cómo la escritura de Hemingway lo había ayudado a formarse en el oficio de escritor.
Finalizaré con un prólogo de una página y, sin embargo, mágico. Probablemente el prólogo más bello jamás escrito. Fue redactado por Borges para presentar su Biblioteca Personal. Borges prevenía que, en lugar de utilizar los habituales criterios de selección para estos casos (todos racionales), se había dejado llevar por el “goce del lector”. Es decir, por sus gustos personales. Y entonces acuñó una de las frases más emotivas sobre el sentido de un libro y de la literatura. Una de esas frases que reconcilia al escritor con su pasión, pese a los miedos, los fracasos y las páginas en blanco. Explicaba cómo un libro solo era un volumen perdido entre la indiferencia de los millones de volúmenes publicados, hasta el momento en el que encuentra su lector. Y se despedía con el mejor de los deseos: “Ojalá seas el lector que este libro esperaba”.