Peñas arriba es la culminación de la obra de José María Pereda. Uno de los grandes autores españoles del siglo XIX. Su obra permanece hoy en el olvido por motivos que nada tienen que ver con la literatura.
José María Pereda perteneció a la Generación del 68. Un grupo de escritores (novelistas la mayoría) que comenzaron a publicar a partir de la Revolución de 1868, La Gloriosa, que derrocó a Isabel II. Eran autores burgueses, adscritos al Realismo literario, con estilos muy diferentes. Y muy tolerantes, puesto que habían conocido la censura isabelina. Así nos encontramos, entre otros, con liberales como Clarín y Galdós (muy amigo de Pereda, tradicionalista y carlista) o con la conservadora Pardo Bazán (precursora del feminismo).
Valoraban a sus contemporáneos según criterios literarios, con independencia de la ideología de cada uno. Y apreciaban mucho la obra de Pereda por su originalidad, que se separaba de las modas literarias que provenían del extranjero. Porque Pereda fue un maestro del costumbrismo y de la novela regional, aunque supo trascender lo circunstancial. Creó un nuevo estilo literario tan irrepetible que solo se puede clasificar, con rigor, de perediano.
Pero, con la Generación literaria del 98, los ánimos se transformaron. Se comenzaron a incluir criterios ideológicos a la hora de valorar una obra literaria. (Costumbre que no se ha abandonado del todo en nuestros días). Y así para Azorín (que rectificó al cabo de los años), Baroja, Valle Inclán y Rubén Darío (este último ya modernista) Pereda dejó de ser un escritor para convertirse en un simple reaccionario. Y para los del bando contrario, en todo un dechado de virtudes solo por obra y gracia de su ideología. Hasta la fecha.
Deberíamos recuperar el espíritu de tolerancia de la Generación de 1868; la literatura ganaría con el cambio. No puedo evitar pensar, observando los daguerrotipos en blanco y negro de estos escritores, que, a pesar de sus mostachos, cuellos almidonados, polisones y monóculos, su forma de pensar era más moderna que la anquilosada perspectiva del siglo XXI. No es casualidad que, con ellos, la novela lograra en nuestra literatura el justo nombre de Edad de Plata.
Después de Peñas arriba, Pereda no volvería a ser el mismo
Porque es imposible leer Peñas arriba sin sobrecogerse por la inmensidad de sus paisajes, de experimentar junto a su protagonista la liberalización del espíritu enjaulado en la ciudad. De no maravillarse sobre cómo los diálogos reproducen con fidelidad y frescura el habla de la Montaña. Peñas arriba es una obra de madurez, en la que nada se ha dejado al azar. Su estructura equilibrada está pensada para que el lector acompañe a su protagonista en la lenta ascensión simbólica y real de la primera parte, y después en su gradual toma de posesión del señorío, sin sobresaltos, como la conclusión más natural.
Parece que Pereda hubiera intuido, desde las primeras páginas, que aquella sería su última gran novela (después, solo escribiría otra, pero el resultado no alcanzaría ni mucho menos Peñas arriba). Estaba escribiendo sus últimos capítulos cuando se enteró del suicidio de su primer hijo. Muy afectado, Pereda abandonó casi completamente la escritura, envejeció prematuramente y su salud se resintió. Nunca volvería a ser el mismo.