Al leer Out, de Natsuo Kirino, se hace inevitable pensar que el Japón moderno solo es una pátina detrás de la que se esconde un mundo completamente desconocido para el lector occidental. Por eso su literatura nos resulta tan atractiva e impactante.
Lo que más desconcierta en esta novela no son tanto los hechos en sí, sino en cómo los integran sus personajes. Son cuatro mujeres que trabajan en el turno de noche de una fábrica de comida preparada, en los suburbios de Tokio. Todas son perdedoras, la cara b del Japón opulento, golpeadas por problemas económicos, familiares y laborales. Han soportado en silencio su suerte durante años, resignadas. Se podría comprender que, en su desesperación, se vieran forzadas a participar en hechos terribles. Pero ¿hasta el punto de descuartizar el cadáver del marido de una de ellas?
Resulta sorprendente la frialdad y naturalidad con la que ejecutarán la «tarea». Y este será solo el comienzo. Porque a este cóctel se le irán añadiendo la intervención de los yakuza (la mafia japonesa), chantajes, venganza y sexo. Pero no un sexo cualquiera. Semejante combinación solo podía desembocar en un resultado intenso; muy intenso. Porque la novela causó una gran conmoción incluso en el mismo Japón.
El deslumbramiento de la literatura japonesa

Out, de Natsuo Kirino
En 1998 a la autora le valió el prestigioso Premio de la Asociación Japonesa de Escritores de Misterio, uno de los más antiguos del país. Comenzó su carrera en 1984 escribiendo novelas románticas. Este contraste me resultaría curioso en otras circunstancias, pero los libros y autores japoneses siempre me sorprenden, así que lo verdaderamente extraño sería que no lo hicieran.
Out, de Natsuo Kirino, se editó en España en 2008 con bastante éxito. La mayoría de la crítica suele coincidir en que la novela es absorbente y el final algo decepcionante. Sinceramente, no sabría qué opinar sobre ese final. La literatura japonesa todavía me deslumbra, en especial los géneros negro y fantástico. Me provoca las mismas emociones que sentí la primera vez que fui cine, cuando era una niña. Abría los ojos y la boca fascinada, incapaz de despegar la vista de la pantalla. Mientras me dure este estado de encandilamiento no seré capaz de reaccionar con la literatura japonesa; así que preguntadme mi opinión dentro de unos años. Para entonces, como lectora habré ganado en distanciamiento y capacidad de crítica, pero en el camino me habré dejado lo mejor.