ARTÍCULO APARECIDO EN EL Nº 1 DE LA REVISTA CAPÍTULO 1
El caso de Delibes es muy particular. Aún reconociendo su calidad, los círculos literarios le han dado la espalda; no es un autor que esté de moda. Así lo reconocía Antonio Muñoz Molina en 2010, el año de la muerte de Delibes. «Los escritores más jóvenes habíamos empezado a no leerlo porque nos parecía demasiado castellano, cuando nosotros aspirábamos a ser cosmopolitas». «Se decía que escribía sobre el campo, y el campo era una antigualla bochornosa». Nada de eso ha impedido, sin embargo, que siga siendo un escritor popular.
Y es que los personajes de Delibes son incombustibles. Seres entrañables y auténticos; antihéroes dotados de humanidad y ternura (aunque muchos sean primarios y bruscos, y se necesite conocerlos a fondo para vislumbrar este rasgo de su carácter). La estructura, el estilo (que apenas se percibe, por su aparente sencillez) y el argumento de las novelas de Delibes están supeditadas a ellos. Y se nota; están vivos y perduran durante años en la memoria del lector.
Gran hondura intelectual, pero no frialdad
Pero Delibes también engancha por otro motivo. Al terminar cualquiera de sus novelas, el lector se siente enriquecido, porque retoma ciertos valores humanos y se aproxima de forma sencilla a varios temas trascendentales. Y es que Delibes es un autor de una gran hondura intelectual, pero no un pensador frío y distante. Sus reflexiones se basan en emociones, en la búsqueda de lo auténtico, en el hombre; la escritura de Delibes tiene alma. Y eso el lector lo percibe, independientemente de su nivel cultural, porque no hay nada como la emoción para conectar con lo profundo del individuo.
Sin embargo, mucho me temo que la indiferencia del mundo cultural (que suele ser la avanzadilla del futuro) termine por relegar al autor al olvido. Porque mientras Delibes apela a la lentitud, a lo profundo, a la realización individual (para él cada hombre, como cada uno de sus personajes, era irrepetible), la humanidad avanza en dirección contraria. En nuestra sociedad masificada y vertiginosa el hombre solo tiene tiempo para trabajar, y apenas cuenta como consumidor, contribuyente y, de vez en cuando, como votante. Los valores que Delibes pregonaba (honestidad, lealtad, autenticidad, ternura…) en la actualidad o son objeto de burla, o simplemente aburren. En una sociedad donde se corona la superficialidad, donde las nuevas tecnologías y los balances financieros arrinconan al ser humano, en una sociedad sin corazón, la voz de Delibes no tiene cabida. Aunque es ahora precisamente cuando más se necesita.