No es un homenaje literario a la dama del crimen, sino un agradecimiento. Por haberse cruzado en mi vida en el lugar y el momento adecuados.
Las nuevas generaciones que han crecido con Harry Potter, Crepúsculo, Juegos del Hambre, Divergente… no comprenderán el problema que se me planteó como lectora al llegar a cierta edad. Entonces no existía la literatura juvenil, o la que había no estaba adaptada a mi época ni a mis inquietudes. De los cuentos para niños saltabas directamente a las series de Los Cinco, Los Hollister, Los tres investigadores, Santa Clara, Torres de Malory… Eran muy entretenidas, y la prueba es que hoy todavía se venden. Pero solo me engancharon durante los primeros años de adolescencia, a partir de los catorce o quince años me resultaron infantiles. Así que llegó un momento en el que no sabía qué leer. Ahora parece absurdo, pero entonces lo viví como un drama.
Y entonces apareció Agatha Christie encuadernada de rojo
No me sentía preparada para los libros de adultos. Tampoco me seducían los clásicos de aventuras de Julio Verne, Stevenson, Mark Twain, Emilio Salgari… Esos títulos los leí tiempo después, pero entonces los consideraba demasiado “masculinos”. (Con los años, en cambio, me volvería adicta a la Ciencia Ficción, un género que entonces solo leían los hombres).
Y entonces apareció Agatha Christie, encuadernada de rojo. En una colección de veinte volúmenes que ocupaba una larga estantería de la biblioteca de la casa de mis padres. Sus obras completas (o casi). Todavía recuerdo sus tapas acanaladas de plástico, sus páginas finísimas y su marcador, un cordón rojo. Tuve la inmensa suerte de que el primer volumen comenzara con El asesinato de Roger Ackroyd. Su final está considerado uno de los más sorprendentes de la autora. Después leí un nuevo título, y luego otro y otro. Hasta devorar toda la colección.
Y no es que me sintiera identificada con el ambiente de lujo y exotismo por el que circulaban los personajes de Agatha Christie. Un mundo antiguo, al fin y al cabo. Pero eran novelas que me intrigaban y que me abrían la mente a nuevas perspectivas. Agatha Christie fue mi escritora de transición a la literatura adulta. Y lo hizo muy bien. Porque cuando terminé la colección trepé a la estantería de arriba. Encontré unos volúmenes de piel marrón y letras doradas con novelas de los grandes autores rusos del siglo XIX. Tolstoi, Dostoyevski, Turgueniev, Gogol… Dicen que ahora los adolescentes devoran la literatura juvenil, pero que cuando crecen dejan de leer. Puede que no les ocurriera lo mismo de haber leído El asesinato de Roger Ackroyd.