ARTÍCULO APARECIDO EN EL NÚMERO 20 DE LA REVISTA SCRIBERE
Pocos escritores han sido capaces de emocionarme como Cortázar. Y no me refiero a ese Cortázar intelectual y erudito de Rayuela. A ese autor tan apreciado por todos y que yo solo reconozco en destellos como la Maga y el triste Rocamadour.
Me refiero a ese niño grande y soñador que jugó a escribir pequeñas obras maestras. Obras normes de puro sencillas, como Los venenos. Uno de los mejores cuentos sobre la infancia dirigido a los adultos. Donde el autor no se limita a narrar una historia de niños, si no que conecta al lector con su propia infancia. Una época no tan idílica como se acostumbra a dibujar.
Para conseguirlo, Cortázar rompe las barreras del lector al utilizar la primera persona, un niño, para contar la historia. Se vale de un lenguaje infantil, sencillo y plagado de repeticiones y circunloquios. Y busca la complicidad del lector mostrándole cómo el niño está enamorado sin saberlo y sembrando el texto de símbolos. Creando una suerte de subtexto paralelo.
Un relato plagado de símbolos
Por ejemplo, para representar al amor, con toda su carga de ilusión y decepción a un tiempo, se vale del color lila o violeta. Lila es el nombre de la amada, se encuentra en la pluma de pavorreal (que será determinante en la trama). Y también es el color del veneno. Para mostrar el despertar del niño a la sensualidad, utiliza el símil de la tierra, los hormigueros y las hormigas. “Me gustaba tirarme boca abajo y oler la tierra, sentirla debajo de mí, caliente…”. “Me quedaba pensando (en los hormigueros) que nadie veía. Como las venas en mis piernas (…) debajo de la piel, llenas de hormigas y misterios”. Hay muchos más, os animo a encontrarlos.
Pero si Los venenos impacta no es por su técnica narrativa, si no porque su historia te remueve. Su disparo alcanza a ese niño perdido en nuestro interior que todavía lamenta el aterrizaje forzoso al mundo adulto, y a su realidad implacable. Probablemente Cortázar nunca llegó a asimilarlo del todo, pues siempre rememoraba su infancia con nostalgia: “¿Te acuerdas de lo que era recibir entonces un regalo de un amigo? Era como una salpicadura de divinidad. Las más pequeñas cosas, una cita, un cumpleaños, un banco de plaza, todo estaba cargado de infinito. Creo que la única gran pérdida son las ilusiones, y que las certidumbres, por hermosas que sean, nunca alcanzarán a reemplazarlas.”