ARTÍCULO APARECIDO EN EL Nº 2 DE LA REVISTA CAPÍTULO 1
La extensión de una novela debería depender de la trama y no del mercado, como sucede en la actualidad. Como las editoriales venden mejor las novelas largas que las cortas, muchos autores tienden a alargar sus obras. El problema surge cuando se fuerza con añadidos artificiales, sin tener en cuenta el efecto del conjunto. Para evitar caer en tales errores (muy frecuentes), lo mejor es recurrir a los grandes maestros. A Joseph Conrad y su famoso Lord Jim (1900).
Es un ejemplo polémico. El autor estira hasta el límite, aunque con pericia, una anécdota relativamente breve. No todos lo juzgaron así en el momento de su publicación. Por eso el autor se vio obligado a explicarse en una nota al inicio. Allí aclaraba que los hechos de la novela solo suponían un punto de partida para indagar sobre un tema: la pérdida del honor. Y es que nuestro autor es uno de los mayores exploradores de los misterios y complejidades del alma humana. Y sus novelas, más que de aventuras, son en realidad psicológicas. Conviene advertirlo, porque el lector habitual de novelas de acción suele digerir con dificultad las sutilezas de Conrad.
Un autor no tan caduco si sus mensajes se adaptan a nuestra época
Pero precisamente el hecho de ser una obra extrema es lo que convierte a Lord Jim en un ejemplo tan ilustrativo. Conrad se valió de varios recursos técnicos para dilatar la novela. En primer lugar, de las frecuentes digresiones del narrador, el marinero Marlow (un personaje que ya había utilizado en El corazón de las tinieblas), encargado de trasladar al lector toda la angustia de Jim.
También de continuas descripciones de paisajes y saltos en el tiempo. Pero principalmente de uno de los mejores repertorios de personajes secundarios reunidos jamás en una misma novela. La fuerza y personalidad del capitán Brierly, del primer oficial Jones, de Stein o del mismísimo caballero Brown habrían robado el protagonismo a Jim de haber caído en manos menos expertas. En cambio, Conrad los utiliza para hacer de contraste a su protagonista, para mostrar los acontecimientos desde varias perspectivas y para regular el ritmo y mantener el suspense.
El tempo característico de la novela, consecuencia de tales extensiones, ha sido también una de las razones que lo han alejado del lector contemporáneo (y eso que el autor mantiene la tensión hasta el final). La otra es su alusión a conceptos hoy caducos como el sentido del honor y la superioridad del hombre blanco occidental. Opino, sin embargo, que no deberíamos desdeñar tan rápido ciertos mensajes, si los adaptamos previamente a nuestra época. Partiendo de la premisa de que el honor es «la buena reputación que sigue a la virtud o al mérito (…)», no me parecería tan anticuado exigirlo a aquellos que gozan de especiales privilegios o que ejercen algún tipo de poder (los que actualmente ocupan el lugar del «hombre blanco occidental»). Pero me temo que hoy en día sigue pareciendo una idea tan peregrina y romántica como en el año 1900.