Ahora que la Unión Europea parece seriamente herida por el Brexit y otros graves retos, conviene leer estas memorias. En ellas se concibe a Europa como una comunidad cultural. No como la alianza económica en la que se ha convertido actualmente.
El título del libro puede llevar a engaño. Zweig no vertió en estas memorias su biografía completa. Porque su objetivo no era desgranar los detalles de su vida sino los de su generación. “La única que ha cargado con el peso del destino como seguramente ninguna otra lo hizo en la historia”. La generación que disfrutó en su infancia y juventud los últimos frutos de la Belle Époque. Y la que sufrió dos Guerras Mundiales. Poco después de concluir el libro, Zweig, judío perseguido por el nazismo y exiliado en Brasil, se suicidó. Pero el autor no traspasó al libro su desesperación. Solo la nostalgia de un mundo perdido, de una Europa que se iba desintegrando.
Los primeros capítulos son un testimonio inigualable de la vida a finales de siglo en la Viena puritana, culta y segura de finales del siglo XIX hasta el comienzo de la I Guerra Mundial. El centro del Imperio Austrohúngaro. Donde “podías prever con exactitud lo que iba a ser tu vida”, donde apenas existían cambios de una generación a otra. Una Viena en la que, si habías nacido en el seno de una familia burguesa acomodada como Zweig, la vida te sonreía. En la que un intelectual podía disfrutar de la cultura y codearse con otros artistas y personajes. Como Rilke, Freud, Rodin, Strauss, Josep Roth, Thomas Mann, Einstein…
Los jóvenes iban con alegría a la I Guerra Mundial
El sueño se terminó de golpe con la I Guerra Mundial. Estremece leer cómo los jóvenes en Paris se apuntaban a la guerra alegres y confiados. Convencidos de que regresarían en tres meses, para Navidad, convertidos en héroes. Ahora nos sorprende, pero entonces se creía en el ideal del progreso indefinido y existía una fe sólida en el ser humano. La Revolución Industrial había supuesto el mayor conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales de la humanidad desde el Neolítico. Se tenía una enorme fe en la ciencia como benefactora de la humanidad.
La sociedad era optimista y ambiciosa, y a pesar de la gran brecha entre el proletariado y las clases más pudientes, como se había fomentado la alfabetización, la nueva clase podía acceder a las publicaciones y exposiciones universales que exaltaban la capacidad del hombre para vencer cualquier obstáculo. Por entonces Europa dominaba el mundo y los europeos se sentían orgullosos de su poder.
El despertar fue brutal y traumático. Aquella Europa fue derrotada y destruida con las dos Guerras Mundiales, y con ella su civilización. Como afirma Zweig en sus memorias “al mismo tiempo que el mundo se había elevado a lo más alto en técnica e intelecto, había retrocedido un milenio en lo moral”.