ARTÍCULO APARECIDO EN LA REVISTA SCRIBERE Nº 22
Los relatos de Hector Hugh Munro, más conocido por el seudónimo de Saki, son crueles y desternillantes. Con frecuencia, después de la risa, al lector le suele sobrevenir cierta inquietud.
Porque es imposible no reconocer el fondo perverso de su sentido del humor. O no sorprenderse del desapego emocional con el que trata a sus personajes y a la sociedad de su época. Saki es uno de esos raros autores cuya obra provoca curiosidad sobre su persona.
Un individuo que empleaba sus ratos libres en las trincheras de la I Guerra Mundial para escribir un relato sobre los pájaros en el frente merece el calificativo de impasible. Como poco. Sin embargo, se trata de la misma persona que se había alistado como voluntario para luchar, cuando por su edad estaba exento. Y la que acabó muriendo en la terrible batalla del Somme en 1916. Sin duda, la suya era una personalidad compleja. Pero no se refleja en la biografía que circula sobre él. En ella se reduce su vida a una serie de anécdotas. Os la resumo.
Nació en Birmania en 1870, cuando el país pertenecía al Imperio Británico. Allí su padre era inspector general de la policía. Su madre murió cuando él tenía dos años corneada por una vaca. Pasó su niñez en Inglaterra al cuidado de unas tías y una abuela intransigentes. Ellas amargaron para siempre su carácter, lo que explicaría la misoginia de sus textos. En cuanto pudo se alistó en la policía birmana. Pero tuvo que abandonarla tres años después por problemas de salud. Trabajó como periodista; y, para terminar, la última frase que se le escuchó decir antes de ser abatido por un francotirador fue «¡Apaga ese maldito cigarrillo!»
Hay que admitir que, como historia, es ingeniosa. (Aunque los episodios de la vaca y del cigarrillo se hayan forzado para suscitar el mismo efecto mordaz de sus cuentos). Y que ayuda a entender su carácter avinagrado y su distanciamiento emocional. Pero no es capaz de explicar sus ansias de heroicidad en la Gran Guerra. O que su primer libro, donde más se delata un escritor y el único firmado con su verdadero nombre, fuera una obra seria e histórica acerca del Imperio Ruso. Dos sucesos muy relevantes en su vida.
Una ingeniosa biografía que no explica los sucesos más relevantes
Mi versión es que el genio de Saki ha brillado tanto, que ha ensombrecido a Hector Hugh Munro. Ya va siendo hora de que descorramos la máscara cínica de Saki y descubramos el sufrimiento del hombre que escondía (y protegía). Desde niño, Munro había sido apartado de la vida que había soñado: del cariño de una familia y de la gloria de servir al Imperio Británico en la policía birmana. Obligado a vivir en la metrópoli, rodeado de la insustancial sociedad eduardiana, reservó su sensibilidad para los niños y los animales. No debe extrañarnos que lo más parecido a una descripción de su experiencia bélica (necesariamente traumática) la encontremos en un relato sobre pájaros. Uno de los pocos en los que Munro y Saki estuvieron a punto de fundirse en una única mirada.
«En el extremo de un bosque asolado (…), en un momento en que la metralla (…) arrasaba ese abnegado lugar (…), una pequeña hembra de pinzón se puso a revolotear mecánicamente de un lado a otro (…). Los heridos que allí yacían, en caso de que alguno se fijara en el pajarito, bien pudieron preguntarse por qué algo con alas (…) decidía permanecer en semejante lugar. Había un huerto destrozado junto al asolado bosque, y la probable explicación (…) era que tenía un nido con crías a las que era incapaz de alimentar por miedo y de abandonar por lealtad.»