Todo escritor sueña con crear personajes que cobren vida para el lector. Arthur Conan Doyle fue uno de los pocos que lo consiguió gracias a su Sherlock Holmes. Pero su sueño pronto se convirtió en pesadilla.
Y es que Conan Doyle nunca apreció demasiado a su criatura. Como confesó por carta a su madre, el detective le «estaba gastando la mente». Le estaba robando el tiempo y la energía para escribir libros de mayor calidad. Así que, en 1893 (seis años después de la creación de Sherlock Holmes), el autor lo mató. Su muerte apareció en el relato El problema final, publicado en la revista The Strand Magazine. Pese al poco afecto que sentía por su personaje, justo es reconocer que Doyle le procuró un final espectacular. Eligió cuidadosamente el entorno, las Cataratas de Reichenbach, y la situación (con su muerte, Sherlock libró al mundo de Moriarty, el criminal más peligroso de todos los tiempos).
Pese al esfuerzo, Coyle no consiguió esquivar las iras del público. Durante años sufrió una avalancha de críticas, e incluso de amenazas, vertidas en desagradables cartas de una legión de lectores indignados. Pero el autor no se amilanó y se dedicó a escribir el tipo de obra que mejor cuadraba a su talento, la mayoría de carácter histórico. Analizando el asunto con el tiempo, resulta sorprendente descubrir lo poco que el creador conocía a su fabuloso personaje. Sherlock Holmes jamás había perdido un caso (hubo una excepción, pero fue por amor). ¿Cómo pudo creer que su detective fuera a perder en la aventura más importante de su carrera, su propia vida?
Un duelo entre caballeros
La presión del público y de sus editores (que le ofrecieron sumas estratosféricas) consiguió que Doyle cediera, al menos en parte. Así que entre 1901 y 1902 The Strand Magazine fue publicando por entregas la novela El perro de los Baskerville (a mi juicio, la mejor novela de toda la serie). El éxito de ventas fue inmediato. Los lectores hacían cola delante de las oficinas de la revista para hacerse con cada número. Y eso que Doyle, no menos astuto que su detective, había ambientado la novela antes de la muerte de Holmes.
Pero, como siempre, al final Sherlock Holmes se impuso. Y Conan Doyle lo resucitó diez años después de haberlo matado con el relato La casa deshabitada. Esta desaparición en la vida cronológica de Holmes solo duró tres años. Aunque en el relato se explicaban las causas, algunos errores de Watson (que, además de su compañero de aventuras, también era su biógrafo) han generado distintas teorías sobre las auténticas razones que la impulsaron. Pero esa es otra historia. Lo que ha quedado para la posteridad ha sido el duelo entre dos espadachines magníficos, que demostraron que la rivalidad no está reñida con la caballerosidad. Sherlock Holmes fue generoso en la victoria y accedió a compartir con su díscolo creador su propia inmortalidad.