ARTÍCULO APARECIDO EN EL NÚMERO 13 DE LA REVISTA SCRIBERE
Los mejores cuentos de Quiroga son brutales, en el sentido literal de la palabra. O se rechazan (como hizo Borges) o se admiran (como Cortázar). Raro es que causen indiferencia.
En cualquiera de los casos, todo escritor y lector de cuentos debería leer al que hoy se considera uno de los mejores cuentistas de nuestra lengua, además de uno de los primeros teóricos sobre el género. Os recomiendo su Decálogo del perfecto cuentista.
Porque Quiroga es el maestro de la tensión. Su prosa, superados los inicios modernistas, es precisa y sobria (emplea solo los adjetivos indispensables). En sus cuentos no sobra ni falta nada. Se evitan a conciencia emociones y descripciones superfluas. Esta manera de narrar se ajusta como un guante a unas historias intensas donde apenas se conceden pausas al lector (tal y como nos anticipa el mismo título del libro, escrito sin comas). Unas historias que si ya de inicio impactan, se vuelven estremecedoras cuando se conoce la biografía del cuentista uruguayo.
Sus cuentos, una tabla de salvación

Cuentos de Horacio Quiroga
Y es que la trágica vida de Quiroga parece el argumento de una mala novela. Siendo adolescente presenció el suicidio de su padrastro. Años después, dos de sus hermanas murieron de fiebres tifoideas. En 1910 mató a un amigo al disparársele un arma por accidente. En 1915 su primera mujer se suicidó por no soportar la vida conyugal en la selva argentina (transcurridos dos años publicaría este libro de cuentos, que le lanzaría a la fama). Bajo esta luz, se comprende mejor el horror de cuentos como A la deriva, La gallina degollada, La miel silvestre, El almohadón de plumón… La vida fue implacable con Quiroga y sus cuentos lo reflejan.
Sin embargo, no comparto la imagen siniestra a la que se suele reducir al autor y que ensombrece su extraordinaria capacidad de superación. Quiroga fue un superviviente con unas ganas inmensas de amar y de vivir, que logró esquivar la locura y la muerte contra todo pronóstico (en parte gracias a sus cuentos, su particular tabla de salvación). Al final se suicidó, cierto, pero cumplidos ya los 58 años, después de haber sido diagnosticado de una enfermedad incurable, y solo para ahorrarse unos meses de agonía. Decidió que no valía la pena escribir ese último cuento.