ARTÍCULO APARECIDO EN EL NÚMERO 17 DE LA REVISTA SCRIBERE
La revolución digital nos conduce a un mundo cada vez más uniforme, que nos inunda de estereotipos.
A menudo, nos basta que una persona utilice cierta palabra o que posea un determinado rasgo físico para etiquetarla. Por fortuna, ni la vida ni los seres humanos son tan simples ni previsibles. Por eso el escritor no debería evitar etiquetar a la hora de crear sus historias, ambientes y personajes. Para conseguirlo, os propongo leer Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; una de esas obras híbridas que ayudan a romper esquemas mentales.
Aunque el título parece anticipar marcianos, naves espaciales y luchas interplanetarias, su lectura ofrece varias sorpresas. De entrada, el lenguaje. “Las embarcaciones, delicadas como flores de bronce, se entrecruzaban en los canales de vino verde”, leemos a poco de empezar el relato Noche de verano, donde también se cita un poema de Byron. No es corriente encontrar prosa poética y poesía en un libro de ciencia ficción.
Tampoco casa demasiado con el género un relato como La tercera expedición, donde los tripulantes de una nave que aterriza en Marte se topan con un pueblecito habitado por sus familiares muertos (“Un hombre no hace muchas preguntas cuando su madre vuelve de pronto a la vida”). Fantasmas humanos y ciencia ficción no suelen combinarse de forma habitual.
Incluso la estructura de la obra se sale de los cánones. Y es que, cuando el autor intentó que le publicaran su primer libro, recibió como respuesta: «No queremos historias cortas, porque nadie las lee, queremos una novela». De allí le surgió la idea de unir varios de sus relatos en Crónicas marcianas.
Un libro difícil de clasificar
Ya desde el momento en que se publicó (1950), el libro planteó un problema de clasificación. Para solucionarlo, los especialistas inventaron un subgénero: la ciencia ficción blanda, por contraposición a la dura. Así, se podía incluir en el género a escritores como nuestro autor, Úrsula K. Le Guin o Philip K. Dick, que se permitían “ciertas licencias” respecto al rigor científico de la ciencia ficción tradicional. Aunque Bradbury, tan suyo él, estropearía con el tiempo esta solución al definirse como un autor de fantasía (salvo por Fahrenheit 451). Opinaba que escoger un género literario era muy diferente a someterse al mismo.
Y tenía razón porque la escritura, como cualquier acto de creación, necesita de libertad mental. En su obra, Bradbury la propaga a raudales. Como en este libro, que os enseñará a volar; así que dejaos llevar. Disfrutad de la melancolía y cadencia de sus relatos. Animaos a viajar con el autor a otro planeta para observar el nuestro a distancia. Trascended de su mano la pequeñez del hombre, incluyendo su impulso por las etiquetas. Admirad en las colinas azules de Marte los misterios del universo. Y dejad que resuenen en vuestros oídos las palabras del maestro: “Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas”.