Os presento una de las primeras novelas de espías. Tiene el aliciente de estar basada en las experiencias del propio escritor cuando ejerció como agente británico durante la I Guerra Mundial.
El libro me impactó desde el prólogo. Allí Maugham explica con la misma ironía que destila en toda la novela que “el trabajo de un agente del departamento de inteligencia es, en conjunto, extremadamente monótono. Gran parte del mismo es descaradamente inútil. El material que ofrece para los relatos es deslavazado y sin finalidad. El autor tiene que convertirlo en dramático, coherente y probable”. Pues bien, no solo consigue entretener, sino que le da unos visos de credibilidad (al menos en los hechos básicos sobre los que el autor sustenta la novela) que provocan la curiosidad del lector desde el mismo inicio. Porque la novela puede también leerse como un testimonio histórico, aunque mucho más ameno.
Unos diálogos geniales
Está escrita en forma de relatos independientes, aunque todos tienen como nexo a su espía-protagonista. Ashenden, igual que Maugham, es un espía extremadamente refinado que posee un finísimo sentido del humor. Pero su parecido con James Bond se acaba aquí, a pesar de que Ian Fleming reconoció haberse inspirado en esta novela para crear a su famoso personaje. Porque en Ashenden apenas se muestra violencia (y esta aparece en la mayoría de los casos de forma sutil), ni sexo, ni escenas de acción trepidantes. Y son precisamente esas ausencias las que conforman su encanto y originalidad. Además de sus diálogos, sencillamente geniales. Comprobadlo vosotros mismos:
“―Le gustan los macarrones?
― De todas las cosas sencillas la única que podría comer un día sí y otro también, no solo sin disgusto sino con el entusiasmo de un apetito al que no le afecte el exceso, son los macarrones.
― Me alegro, porque quiero que baje Vd a Italia.”