Estrategia política y militar en una época crucial de la historia de Roma
Santiago Posterguillo salda con esta novela, la primera de la trilogía sobre la vida de Publio Cornelio Escipión, dos asuntos pendientes. Uno, la necesidad de hacer justicia a su figura histórica. Porque Escipión ha quedado ensombrecido por el carisma de Aníbal, el enemigo al que derrotó en el campo de batalla. Sin su victoria sobre el cartaginés, Roma habría sido destruida. Y no existiría el mundo que conocemos en la actualidad. Sin duda, la narrativa de ficción estaba en deuda con este hábil general.
El segundo asunto lo explica muy claramente el propio autor. «Hay algo que me enerva un poco (refiriéndose a las muchas y exitosas novelas inglesas sobre Roma). Aunque todas estas son excelentes obras, ¿por qué los anglosajones nos tienen que contar nuestra historia? (Porque la historia de Roma es parte nuestra). ¿Por qué no puede un español narrar con agilidad y rigor a un tiempo las hazañas y penurias de la Roma clásica?»
Y con tales propósitos el autor se embarcó en una obra sobre Roma que destaca por su gran precisión histórica. Y porque, a pesar de sus más de 400 páginas, es entretenidísima. Lo atestiguan las legiones de lectores que la recomiendan y que no dejan de crecer.
Un planteamiento muy original
Pero lo que más llama la atención es la originalidad de su planteamiento. Porque, a diferencia de la mayoría de las novelas históricas, que se focalizan en las circunstancias y emociones de los personajes, Africanus, el hijo del cónsul se centra en su habilidad política y militar. En la novela se suceden escenas de batallas históricas que mantienen la intriga del lector, pendiente de averiguar cómo se las ingeniará cada general para salir airoso del envite. A lo que hay que añadir el otro hilo conductor: los astutos planes de Fabio Máximo para hacerse con el poder y acabar con el clan de los Escipiones, hasta el punto que este anciano senador se convertirá en el verdadero enemigo del protagonista.
Aunque también hay espacio para la literatura (el teatro, en concreto), con el personaje de Plauto. El autor se sirve de él para mostrar la vida de las clases más desfavorecidas de Roma. Posiblemente sea la parte más floja de una novela junto a sus mínimas descripciones (sobre paisajes y la villa de Roma, por ejemplo, que echan mucho en falta los más eruditos), pero esto último también es opinable porque, a cambio, la novela se aligera.
Una novela, en definitiva, que nos instruye de forma amena sobre Roma y su imperio, cuya historia y legado han conformado nuestra identidad. Y no debemos desdeñarlo porque, como afirma el autor: «Saber de la Roma clásica es conocernos mejor a nosotros mismos».